LOS OLVIDOS DE BRAVONEL

«Bravonel por los llanos de Juan Escutia»

Siempre que le toca «apearse» del autobús en la caseta de cobro de Ruíz, allá al poniente, enmarcado por el cerro de Peñas, las torres de la iglesia y el cerro de Ruiz, se ve el boulevard de Tijuanita y a mano izquierda una escuela técnica, un poco mas delante está el crucero de Juan Escutia, luego bordea la carretera lo que fué una enorme huerta de mangos y el llano por donde un mozalbete de trece años transitaba todas las tardes llevando dos cartones mantequeros atados a la parrilla de una bicicleta, llenos de pan para surtir la tienda de Don Trini que estaba casi enfrente de la cancha de basquet del poblado.

Juan Escutia está agendado como visita porque el viejo Bravonel no quiere entregar el equipo sin ir a donde estaba esa tienda que él recuerda con muros de ladrillo y techo de palma y una especie de banca en uno de sus aleros, hecha de vigas.
Y no es que sea nadamás el recuerdo de los entregos de pan, sino que hay algo que siempre le atrajo del pueblito y que no atina a saber que es… o mas bien, si sabe que es.

Hace cinco décadas la carretera era de escasa terracería, tan escasa que solo era un camino de tierra roja llena de pozos, zanjones y pedregal suelto, así que en tiempo de lluvias era mejor atravesar de Ruiz hacia el rancho por el llano y luego pasar bajo la sombra de una enorme huerta de mangos.

Muchas veces tocó al jovencito Bravonel salir de la panadería luego de hacer los entregos de Ruiz, atravesar el crucero norte del ferrocarril, tomar la calle paralela a las vias hacia el comisariado y después bajar por la Melchor Ocampo y lanzar un «Uep» al pasar la panadería de Crescencio «Chencho» Ayón, en donde trabajaba un muchacho llamado Melquiades que luego fué yerno de la «Güera Chepina» viuda de Calvillo, dueña de la Panadería «La Estrella», seguía la calle en bajada hasta llegar al puente de «Los Limones» que en octubre pasado fué donde salió el rio crecido por el huracán «Willa» e inundó las colonias cercanas, allí empezaba la subida hasta llegar hasta Tijuanita, y casi en dirección del tanque elevado, allí bajaba Bravonel a su derecha y se internaba en un llano de matujos de uña de gato y abrojos, a los que mucha gente llama «güizapoles o guazipoles», por una angosta vereda custodiada de palmitones, zarzalera y matas de chía y malvas, le tocó muchas veces recibir alivio al sofocante calor, cuando de repente después de un fuerte trueno el cielo dejaba caer aquella fresca lluvia sobre su cuerpo.
Hubo una ocasión, algunos años después pero joven aún, trabajando ya como ayudante de mecánico en el «Autoeléctrico Nayarit» propiedad de Pedro Inda Chacón y hoy compadre de Bravonel, después de ir a cobrar una reparación a un campesino de nombre «Chito Mejía» quién luego del mencionado pago sacó una bolsa como con ocho kilos de camarón seco y la regaló a Pedro en agradecimiento a la satisfacción del trabajo realizado, y ni tardos ni perezosos se dirigieron a cobrar otro trabajo precisamente con Don Trini que por ésos años tenía un tractor, una camioneta y su tienda ya era mas grande.

Era sábado, la cancha estaba adornada, había mesas con sus sillas, música con tocadiscos y dos barras de madera resguardando tremendas hieleras llenas de cervezas con mucho hielo.
El calor hacía de las suyas, la música invitaba y la degustación de salados camarones potenciaba la sequedad de las gargantas de Pedro, Joaquín y Bravonel, quienes no tuvieron otro remedio que sentarse, y luego alguien acomedido dispuso dos platos en la mesa, uno de ellos con una mezcla de jugo de limón y chile piquín y el otro lleno de rojos y aromáticos camarones secos.
Mas rapido que lo que escribo ya estaban tres botellas de ambarina y burbujeante bebida que al resbalar por el gañote no se apreciaba lo amargo, por lo helado de la misma.

Exquisita combinación es sin duda; seco y salado con bebida fría, amarga y burbujeante… quitarle la cabeza y cáscara restante al camarón, sumergirlo en limón y chile, saborearlo y bajarlo con un trago de helada cerveza… ¿Cual calor, cuál calor.??

Varias horas fueron de sacrificada labor, Bravonel todavía se dió el lujo de bailar algunas tandas con alguna jovencita que hoy seguramente es abuela de más de cuatro. «Por esa y muchas cosas mas» (reza una canción navideña), tendrá que ir el viejo Bravonel peinando canas y con dolor de lumbago a tomarse un refresco o una agua fresca y platicar, allí donde una vez llegó asoleado y cansado de pedalear la bici y entregó dos cartones mantequeros llenos de pan, cobró cuarenta pesos y regresó a la panadería, muchas veces empapado por la pertináz lluvia pero felíz de haber cumplido con su trabajo.       ©Bravonel ????????    13/may/2019

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