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LAS LOCURAS DE LUCIO: MUERTE NATURAL


Cuento de David Cibrián Santacruz

–Oye Fidencio…¿supiste lo de Lupe?
–¿Lupe?…¿Qué pasa con Lupe?
–¿No sabes que se murió?
–No jodas, Tomás… con razón hace tiempo que no lo miro. ¿Y sabes de qué murió?

Ese Tomás, que supo los pormenores de la suerte de Lupe por la boca de Pancho el elotero, soltó una pregunta antes de informar lo que sabía.
–¿No sabes nada Fidencio?…Se me hace raro.
Todo el mundo sabe que en su desesperación tenía ganas de matarse. Seguir leyendo LAS LOCURAS DE LUCIO: MUERTE NATURAL

LAS LOCURAS DE LUCIO: UNA DOCENA MÁS


Cuento-reflexión de David Cibrián Santacruz, incluido en el Libro «Memoria del corazón»… para quienes no lo han disfrutado.

«Cierto es… no es lo mismo ver los toros desde lejos, que andar en la revuelta. Yo tampoco pensé como la gente de seso; a mí también se me calentó la fragua y me solté haciendo, lo mismo que hicieron los viejos en sus buenos tiempos… ¡y tanto que los criticaba!
¿Pos qué no había televisión? -les decía-. Con un poquito que lo hubieran pensado, cuando mucho fuéramos media docena; no que por causa de eso, nos fuimos criando con «burritos»… y así nos fuimos encarrerados pa’ la escuela, burritos… Seguir leyendo LAS LOCURAS DE LUCIO: UNA DOCENA MÁS

«Las locuras de Lucio»

«DON ZENÓN DEME 20 CENTAVOS»…
«DON ZENÓN YO QUIERO LA RUEDA…»

Esto era lo de todos los días. SIENDO don Zenón una persona de mucha edad, ampliamente fue candidato para recibir la credencial de la senectud. Desafortunadamente para él, eran otros tiempos y, ningún programa de beneficio social palió las estrecheces económicas que lo movían a trabajar como a cualquier vecino. Tenía por lo menos 90 años en el tiempo en que lo recordamos (1970); por lo cual se ha de creer que nació en 1880… Seguir leyendo «Las locuras de Lucio»

«Bravonel y las noches de cine en El Tamarindo»

Corrían los años setentas cuando Chavo, el hermano de Bravonel se fué a trabajar al Tamarindo, Flavio Ramirez rentó una panadería que estaba a media cuadra de la plazuela por la calle principal del poblado, la casa era de ladrillos y tejado pero el piso era de tierra, el horno de mediano tamaño, seguramente para unas cuarenta hojas, y digo hojas porque todas o casi todas las panaderías empleaban las hojas de las latas de manteca y de polvo para hornear, ya que por esos años eran de uso común en dichas materias primas y salían dos hojas de cada bote y obviamente eran más económicas que comprar charolas, éstas últimas eran utilizadas para acomodar el pan y ponerlo en el mostrador.