LOS OLVIDOS DE BRAVONEL

 «Bravonel y El Neptuno»
El casco del Neptuno se sacudió con tal vibración, que semejaba un bramido surgido del fondo del océano, despertando al gigante dormido. Soltó amarras y la proa apuntó hacia el canal de navegación, que lucía como dia de fiesta, en el muelle muchas manos al viento, decían adiós a los marineros, que alegres hacían maniobras sobre la cubierta de las naves, con la esperanza de retornar en un mes o dos, con las bodegas repletas, lo que les permitiría pagar las deudas contraídas en tres meses de «piojillo», como le llaman al tiempo establecido para la veda del camarón de alta mar.

Poco a poco, las siluetas del adiós se fueron quedando atrás hasta perderse, mientras el pesquero libraba la escollera por el lado izquierdo del faro, que imponente se alzaba a los ojos de la tripulación, las furiosas olas del océano pacífico, golpearon de lleno la proa del navío al entrar a mar abierto, que ante tal inmensidad, semejaba una frágil e indefensa cáscara de nuez. La tripulación del Neptuno estaba compuesta por el capitán Roberto Becerra, los
 marineros; Roberto Cañedo y Andrés, un cocinero; Flavio Ramírez (amigo de Bravonel ), Balfred el motorista, Amador Ramírez, ayudante de motorista y hermano del cocinero, Carlos el pavo o grumete, una especie de aprendiz de todos los puestos anteriores y también sujeto a las órdenes de todos, allí estaban, de cara a las gigantes olas y al destino de las noches calmas o tempestuosas y allí estaba también el intrépido y soñador Bravonel, dispuesto a conquistar los mares, a vencer tempestades, luchar contra tiburones, monstruos marinos y malvados piratas y de pasadita, liberar sirenas de mágicos cantos, exuberantes atributos y de áureas y ensortijadas cabelleras. La costa se alejó y sólo era advertida por una delgada línea de tierra a lo lejos, el imberbe mozalbete, sujetó su negra y larga cabellera con un pañuelo, aspiró la suave y fresca brisa que formaban las olas al reventar en la cabina del barco y dijo para sus adentros, con aire triunfador «Volveré pronto» Bravonel nunca pudo comprender como es que los pescadores no cambiaban el ciclo de pesca-veda para evitar el peligro que representa el salir a pescar precisamente en septiembre, que es temporada de huracanes. No habían corrido ni diez minutos cuando uno de los marineros lo llamó y le entregó un foco y le señaló la punta de la pluma o mástil, al momento que decía; -¡A ver que tan valiente eres marinerito de agua dulce, pon este foco en la pluma y te traes el que está puesto, sin romperlo!- el muchacho, armándose de valor y tratando en vano de contener el temblor de las pantorrillas, trepó por los resbalosos peldaños al poste de acero hasta la parte mas alta del pesquero, donde lleva una lámpara a modo de hacerlo visible a las demás embarcaciones y así evitar una colisión, ya en la punta del mástil, Bravonel fué testigo de la más maravillosa visión jamás recreada en los efectos especiales de alguna película. El mar semejaba un enorme círculo color turquesa rodeando la embarcación y arrastrando la pluma y al debutante marinero, casi hasta tocar las gigantescas olas, con bruscos movimientos oscilatorios que le provocaban terrible nausea, los efectos del mareo se empezaron a manifestar al bajar a cubierta y entregar la lámpara al marinero, luego éste comprobó ante la sorpresa del debutante grumete, que la lámpara estaba en perfecto estado y que solo había sido probado su valor haciéndolo subir por el mástil. A lo largo del viaje fué victima de las mas crueles pruebas y todas fueron producto de la mala intención de uno de los tripulantes llamado Pedro Cañedo, un fornido y viejo marinero, que a ratos tosía y se ponía rojo, al borde de la asfixia, pues era asmático.  Bravonel a las dos semanas ya le ayudaba al capitán a correr parte de la guardia, consistente en tomar el timón y arrastrar los gigantescos chinchorros durante cuatro horas. Tomando en cuenta que su trabajo era arriar un pequeño chinchorro llamado «chango»(que es una réplica a escala de los equipos de pesca que arrastra un barco) desde las seis de la mañana hasta las once de la noche, se puede tener la idea de cuanto duerme un grumete, dicho chinchorro determina el tamaño de la muestra, es decir; en base al número, talla y color de los crustáceos atrapados en cada lance, el capitán decide si es costeable el seguir pescando allí o se mueve de lugar. Las dos o tres horas de sueño, Bravonel las reposaba en una pequeña y sucia litera que estaba situada justo bajo la derrota(cabina de mando), en el cuarto de máquinas, arrullado por un infernal ruído e inhalando vapores de combustible y ácido clorhídrico que exhalaban máquinas y acumuladores. Muchas veces le tocó correr la última guardía, desde las dos de la mañana hasta las seis, justo a la hora que iniciaba su trabajo de arriar el chango y cuando eso acontecía no dormía, pero nada lo desanimó nunca, su meta era trabajar y regresar a puerto con una paga y la satisfacción de saberse útil, a eso había viajado a otras tierras. Fueron treinta días de dormir casi nada, de comer poco por culpa del mareo y de soñar con regresar triunfante, con dinero y pleno de nuevas vivencias, muchas tormentas hubo que sortear, muchas fallas de un viejo barco que en muchas ocasiones estuvo a punto de naufragar al quedar a merced de aquellas olas que azotaban la proa y luego bañaban cabina y cubierta. Para quién solo ha visto películas de intrépidos marineros llegar con sus barcos con las bodegas al tope y luego de entregar su producto en la  cooperativa, cobrar, y después tomar grandes tarros de cerveza en una taberna llena de guapas y solícitas chicas y en la madrugada ya ebrios dirigirse dando traspies hacía el hotel muy bien acompañados, diré que es la mas absurda de las mentiras. El trabajo en cubierta es duro, después de vaciar chinchorros, se vuelven a arriar el equipo( chinchorros) y el camarón tiene que ser descabezado, lavado y metido en agua de salmuera y enhielado en la bodega, el camarón al ser descabezado suelta un ácido que poco a poco desgasta las yemas de los dedos provocando llagas sangrantes que arden al contacto con el agua salada, duro trabajo de los hombres de mar, por ello son considerados duros de carácter, recios, pendencieros y a la vez enamorados, tal fué el trabajo de Bravonel, aunque lo enamorado se los quedo a deber. Una tarde de tormenta, cerrado de nubes negras y un mar plomizo y agitado en extremo, hizo entrada El Neptuno y su exhausta pero alegre tripulación, las furiosas olas azotaban la embarcación todos los tripulantes estaban dentro de la cabina y la cocina, el capitán, diestro luchaba con el timón, las fuertes rachas de viento amebazaban con estrellar en cualquier momento la frágil nave contra el cerro del faro y la escollera, toda la loza de la cocina rodaba de un lado a otro en el piso de la misma, poco a poco la embarcación entró a puerto pero tuvo que resguardarse entre el faro y la escollera donde, después de muchas maniobras ancló. Fué una noche de vigilia y como a las cuatro de la mañana la tormenta amainó y El Neptuno levó anclas y enfiló hacia el muelle pesquero donde atracó y cerca de las cinco de la mañana, aún sin claridad el nuevo amanecer prometía un día nublado pero calmo, la aventura había concluido, los marineros limpios y recién afeitados se disponían a abandonar la nave y como es ley no escrita, solo permanecerían en el barco, el ayudante de motorista, el cocinero y el pavo o grumete, Bravonel, ellos abandonarían la nave al día siguiente, pero lo importante es que estaban en tierra, sanos y salvos y con la seguridad de una paga. Bravonel se paró en lo alto de la proa y dejó vagar su imaginación y se vió llegando de regreso a su pueblo, felíz de estar con su madre y sus hermanos y luego se vió platicando sus aventuras a sus amigos del barrio, a sus amigos panaderos que sin duda alguna, celebrarían con él, riendo de contentos por su retorno. © Bravonel ?? *En memoria de mi amigo Armador Ramírez Domínguez que fué uno de los tripulantes del Neptuno y hoy surca el mar del infinito… QEPD.

 

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