«Las locuras de Lucio»

«DON ZENÓN DEME 20 CENTAVOS»…
«DON ZENÓN YO QUIERO LA RUEDA…»

Esto era lo de todos los días. SIENDO don Zenón una persona de mucha edad, ampliamente fue candidato para recibir la credencial de la senectud. Desafortunadamente para él, eran otros tiempos y, ningún programa de beneficio social palió las estrecheces económicas que lo movían a trabajar como a cualquier vecino. Tenía por lo menos 90 años en el tiempo en que lo recordamos (1970); por lo cual se ha de creer que nació en 1880… o un poquito más para acá. El caso es, al final de cuentas, que ya era anciano de pelo blanco, menguadas energías, y de un arrastrar de pies… que no le impedían trabajar y ganarse unos cuantos pesos honradamente. Todos los días se levantaba con la luz del lucero. Luego, negra la aurora del amanecer, como ya se dice, hacía su primer viaje llevando la mesa sobre la espalda y el anafre colgando de la mano libre; ya que con la otra sostenía el mueble de trabajo. Tan pronto como el carbón encendía, a paso lento desandaba el camino para ir por la churrera, la bandeja que utilizaba para azucarar, y la harina. Porque como ya se debe sospechar, don Zenón era churrero. Era vecino de Ramona Flores «La pozolera», quien fuera hija de «Caya» Gallardo. Debía salir don Zenón a la calle del centro, por la esquina de la casa de don Ramón Estrada, el que fuera papá de Bertha y suegro del señor Irineo Acosta; pero nadie supo jamás las razones que lo hacían preferir la callecita que subía de sur a norte, para desembocar entre las tiendas de José Inés Manzano y Rafael Bañuelos, estando esta rúa en pleno abandono y donde las piedras sueltas de un lejano empedrado, le ofrecían el riesgo gratuito de tropezar y conseguir alguna fractura, sin haber necesidad. Así eran los riesgos que corría don Zenón, por cumplirle a los clientes con su producto… Oscura la mañana, repetimos, dejaba la cama para gastar la poca energía que seguramente tenía. Aquella sombra fantasmagórica que era, llegaba a la esquina del solar de Ramona Flores, doblaba calle al oriente y, siguiendo el pedregal del arroyo que aun existe a espaldas de la tienda de Necho, por fin hallaba la ruta que lo dejaba en la esquina contraria a la de la Comisaría. Allí pues, en la esquina de la tienda de Necho, tenía su modestísima churrería… Comenzaba su trajinar en la madrugada, y prácticamente con la salida del sol ya era hombre libre. Pero, ¿qué hacía don Zenón después de vender su producto? Tan pronto como dejaba el equipo de trabajo en el hogar, tras realizar otro par de viajes obligados, desayunaba a lo frugal y con machete en mano se iba al monte, a buscar barañas para echarle al fogón casero. En otras palabras… salía a buscar leña. Muchos fueron los clientes que muy de mañana tomaban asiento en la banqueta de la Comisaría, haciendo turno para comprar churros. Sin duda alguna, don Zenón era un motivo para dejar la cama antes de que el sol cora asomara en la cima del cerro Volantín. LO sobresaliente del caso no es que vendiera churros, o que los clientes no le faltaran, no; lo significativo de esta historia es que ya era una persona muy mayor para hacer lo que hacía, por ganarse la vida. Su diaria aparición era ejemplar para las nuevas generaciones. Apretando contra sí la cruceta de los churros, realizaba mayor esfuerzo que los campesinos cuando abrazaban el costal de piñas, de mazorcas deschaladas o setecientas piedras de mango sazón para echarlas sobre la bestia de carga. Por eso, independientemente de su esfuerzo que era supremo cuando hacía cada rueda de churros, estaba la enseñanza silenciosa del hombre que luchaba de verdad para ganarse unos cuantos pesos… Él estaba para los niños, para los jóvenes, para los adultos; y los clientes variados que conoció, seguramente tienen en él un motivo de añoranza. Porque don Zenón está ligado a una etapa hermosa de la vida… esa que inevitablemente se nos va conforme pasan los años. DON ZENÓN, el humilde churrero que ponía su mesa en la esquina contraria de la Comisaría, ha de tener un lugarcito en el corazón y pensamiento de mucha gente. Tal vez allá donde ahora se encuentra, esté negociando con José Inés Manzano el permiso para acomodar su anafre y la mesa obligada, por fuera de la tienda; tal vez de cuando en cuando baje por la madrugada hasta ese lugar donde tantos años la gente lo vio, sin importarle la competencia que le hacía don Aristeo allá arriba; tal vez.

David Cibrián Santacruz

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