LOS OLVIDOS DE BRAVONEL

«El asalto al Banco de Comercio y una artesa de billetes de a peso»

El día transcurría tranquilo, un quemador de petróleo calentaba el horno de la panadería «La flor de Mazatlán» de Matías Salazar Ávila, eran como las once de la mañana, Agilio Cortez, Chuy Cázares, Flavio Ramírez, David Herrera «El chino golondrino» y Matías estaban extendiendo el paño en todo el tablero y luego tomándolo entre dos por los extremos, poco a poco formaron un gran rollo de casi dos metros de largo por unos seis centímetros de grosor y con una navaja de fierro fueron haciendo rebanadas como de medio centímetro, de allí salían las novias, corbatas, campechanas y varios panes. Doña Elena barría el piso mientras platicaba a través de una pequeñísima ventana abierta en la pared, con Amelia e Irene, la ventanita comunicaba con el molino de doña Chabela; mamá de doña Candelaria López de la Cruz, Matías tenía su moto Carabela 150 estacionada fuera de la panadería y Bravonel con una brocha de hilaza de costal, untaba con una mezcla de leche y huevo los cuernitos, hebillas, leños, corazones y puerquitos de piloncillo. Luego de terminar de cortar el rollo en porciones Agilio sacó de la artesa la masa de las semitas y Flavio la de las Virginias, Jesús por su parte juntaba los sobrantes de masas de conchas, blanco y esperaba los de semita y virginias para preparar los picones, en eso doña Elena que había salido a tirar agua a la calle entró gritando: ¡Asaltaron el Banco de Comercio! ¡Asaltaron el banco! Alguien le había dicho que acababa de ver que unos asaltantes habían sometido a los empleados y que estaban echando bolsas de dinero a un vehículo, todos los panaderos salieron, hasta Bravonel soltó la brocha y salió también a la calle, a la altura de la Amado Nervo casi enfrente de la panadería «La sin rival» de don José Bañuelos se veía mucha gente y casi por el cruce de la Laureles y Góngora una camioneta a toda velocidad se dirigía por la Veracruz hacia el norte, los fascinerosos iban tirando puñados de billetes de a peso, para que la gente al juntarlos se abalanzara en la calle y evitara el paso a la patrulla que casi les pisaba los talones, los panaderos al ver eso se quedaron estupefactos, la camioneta pasó a toda velocidad la nube de rojos billetes cubrió la empedrada calle, a una seña los panaderos corrieron al interior de la panadería y sacaron la artesa que acababan de desocupar y la colocaron en la banqueta y empezaron a echarle puños de billetes, Bravonel también se unió al equipo pero algo desconfiado de que la repartición no fuera proporcional al número de participantes sino de acuerdo a jerarquía escalonaría de sus compañeros de trabajo y tomando en cuenta que él era sólo un aprendiz y con pocos días de antigüedad aprovechó la confusión y empezó a trabajar para su santo, y entre puños a la artesa, de vez en cuando echaba billetes a su bolsillo, los pillos siguieron su camino hacia el panteón y en una de las últimas calles abandonaron el vehículo y cargaron con las bolsas de dinero por el puente del ferrocarril hacia el 80, poblado situado al otro lado del río, la patrulla con el paso obstruído por la multitud no logró atrapar a los ladrones y cuando llegó al puente, los asaltantes ya ni rastro habían dejado y los policías se quedaron con un palmo de narices, todavía algunos no terminaban de contar sus billetes cuando la patrulla regresaba y como el dinero era el cuerpo del delito, la policía hizo decomiso de bolsas, baldes, cartones, cajas y una artesa panadera toda llena de billetes revolcados de tierra, no hubo repartición, ni siquiera un peso para los refrescos fué perdonado, a excepción de Flavio y El Chino David Herrera que habían salvado un peso compraron dos cocas que por ese tiempo costaban cuarenta centavos, todo regresó a las arcas del banco, según cuentan los viejos… Flavio y David se quedaron muy calladitos.

El asalto fué muy sonado en el pueblo y sus alrededores y durante mucho tiempo, el tema de plática entre los moradores, ya que el hecho delictivo fué el primero de esa índole. Bravonel recuerda que llegaron los policías y amablemente le pidieron a Matías como dueño de la panadería y por lo tanto empresario, entregara el dinero que todavía estaba en la revolcada artesa puesto que era propiedad de los ahorros de sus colegas comerciantes, Matías accedió con una apenada y nerviosa sonrisa, mientras Bravonel quitado de la pena suspiraba aliviado para sus adentros, el dinero de su bolsillo no era de la artesa así que él no tenía ni culpa ni arrepentimiento, ni nada que devolver. Ah condenado Bravonel, no era de mala fé su proceder, de antemano sabía que cuando la policía echara el guante a los delincuentes, les cobrarían como dice la Bartola; «peso sobre peso», asi que, si ya estaban contabilizados los pesos para ser cobrados, qué caso tenía el devolverlos y además a él le hacían más falta que a ellos, pues si los tenían guardados en una bóveda del banco es porque tenían de sobra, su salomónico o «chucho el rotónico» razonamiento siempre le hacía justicia, total… ¡Que tanto es tantito! La psicosis del asalto duró tiempo por ser el primer acontecimiento de ese tipo y por supuesto que venía a interrumpir la tranquilidad y la paz de un pueblito que siempre había sido pacífico, de repente algún grito ponía el cuero de gallina a los pobladores o cuando alguien veía a un paisano con su bufanda cubriendo hasta los bigotes mejor le sacaba la vuelta, luego surgió la vacilada de que cierto comerciante salió de su tienda para comprar un talco a la botica de Don Clemente Salazar y éste narrando de viva voz y recreando con ademanes el cómo los asaltantes sometían a los clientes y empleados y luego de obtener el botín, como se daban a la fuga peliculescamente quemando llanta y amenazando a quiénes intentaban seguirlos, el comerciante todavía nervioso por el reciente suceso pidió a Clemente: -¿Me das un talco por favor?- don Clemente contestó todavía haciendo movimientos con brazos y manos: -¡Hay Menen!- el comerciante aterrorizado gritó: -¿Dónde?- Está historia la vivió de cerca Bravonel y la vió a todo color aunque tardó más de medio siglo para contarla hasta que otro ruizcense le recordó que también los sucesos no deseados forman parte de la historia de los pueblos y que hay que narrarlos, tal vez haya quiénes se interesen por ellos y les traiga el recuerdo del amigo, de la novia, de la calle, o simplemente del pueblo viejo con calles de empedrado y su gente sencilla, noble y trabajadora. © Bravonel 17/feb/2020

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